Thursday, February 3, 2011

De animales y personas

Leí o releí hace poco algunos de los Cuentos de imaginación y misterio de Edgar Allan Poe. En “El gato negro”, el incomprensible personaje principal describe el vínculo que desde la infancia tuvo con los animales, los amaba con especial devoción hasta la edad adulta cuando de pronto, inexplicablemente, ese amor desapareció y se convirtió en su opuesto (mutación muy habitual en las relaciones de pareja). Es verdad que ese tipo de lazo emocional con los que no son de nuestra especie es algo que se revela en mayor o menor medida en los niños a muy temprana edad y que no en todos los casos se presenta, independientemente de lo que los padres hagan por fomentarlo o disminuirlo; el factor social también influye en ello.

La escasa presencia de animales en las grandes ciudades es algo que continuamente llama mi atención. Las calles rígidas por el concreto se animan casi exclusivamente por la presencia de la vida en la forma humana (exceptuando, por supuesto, al reino vegetal); sólo ésta existe, sólo ésta tiene valor. No es así en todas las urbanizaciones del mundo, pero sí en las metrópolis occidentales.

Los animales tolerados son perros, gatos y ciertas aves. Aunque me encanta imaginar a Nerval paseando con su langosta atada a un lazo, no es común. Los perros los hay de dos clases y una intermedia: las mascotas, los que andan por su cuenta y los que son alimentados pero conservan su libertad. Los gatos, más furtivos, se dejan ver casi exclusivamente de noche o en lugares en los que viven con los humanos. Los pájaros, por su condición voladora, pocas veces son tomados en cuenta, habitan un plano diferente al nuestro; más allá de eso es posible encontrar palomas en plazas y edificios y a algunos cantores o parlanchines en sus jaulas. Por supuesto que los insectos son los más abundantes, pero su minúsculo tamaño los vuelve despreciables —en el sentido en que las matemáticas desprecian a algunas cifras por su insignificancia. Los casos de animales salvajes que irrumpen en la cotidianidad son verdaderos escándalos de los que se culpa a “seres inconscientes” que irresponsablemente, por una extraña e incomprensible filia, conviven con ellos. ¿Será que lo “inter especial” sólo puede ser patológico?

Precisamente hace poco vi un documental en la televisión sobre personas que tenían por mascotas a jirafas, cebras, osos, lagartos, tigres... animales salvajes. Casi todos los protagonistas en algún momento de su discurso aludían a su imposibilidad de desarrollar, comprender y manejar un vínculo afectivo intenso con humanos y a cómo esa dificultad los había hecho preferir a esos animales que a pesar de todos sus esfuerzos permanecen en su mundo, uno diferente al de sus amorosos celadores, por naturaleza vedado, inasequible a éstos. Algo similar puede verse en la película documental de Herzog, Grizzly Man, donde el protagonista junto a su novia es devorado por uno de sus amigos osos, quienes se convirtieron en el leitmotiv de su vida –y el de su muerte.

Por el contrario hay quienes que no toleran la presencia de animales, la idea de convivir en el mismo espacio les produce asco, aversión o miedo incontrolable (me han informado que a algunas de estas personas se les conoce como “soció-patas”); estos sentimientos suelen expresarse como desaprobación moral manifestada con una mueca, un resoplido de indignación que inflama el labio inferior, agrandamiento de las fosas nasales acompañado de un fruncimiento de nariz o una ligera pero enfática sacudida de cabeza; terror, mi abuela, por ejemplo, suele dar gritos a la vista de un ratón o un insecto; o de plano agresividad hacia el animal o hacia el “amo” si es que se trata de una mascota.

En una ocasión fui a un supermercado de productos orgánicos en compañía de Inna, mi perra. Regularmente éramos bien recibidas y las compras no tomaban más de 10 minutos. Mi mente fantasiosa me hacía creer que un comercio que se autopromociona como “amigable con el medio ambiente” y “100 por ciento orgánico” aceptaría sin problemas la entrada de un canino. Así fue, hasta que el encargado de la caja estresado por una fila larga ordenó con un tono tiránico a uno de sus subalternos que encontrara al dueño del perro porque aquel no podía estar ahí. Cuando le pregunté la razón por la que el perro no-podía-estar-ahí, la respuesta fue: “Por higiene: vendemos frutas y verduras”... Este tipo de incidentes me produce la vaga sensación de que hay algo muy irracional en ellos.

En qué medida películas como King-Kong, Godzilla o Tiburón han contribuido a este estado de cosas o son reflejo de él. En tres de ellas (porque King-Kong, además de ser aterrador es tierno y enamoradizo) los animales son seres de capacidades o tamaños desproporcionados, la encarnación del poder (maligno) de la naturaleza que se vuelve sin razón alguna contra la ante ella desvalida humanidad; representan una fuerza ciega y destructora. Es verdad, eso es también la naturaleza en su forma de expresión más intensa; pero lo que llama la atención es su magnificación y cómo a su ciega energía se le atribuye un carácter teleológico que consiste en la destrucción del mundo humano mediante un poder cruel y cizañoso. Lo cual en la realidad es a la inversa. Esta necesidad de victimización ¿de dónde proviene? La idea de la humanidad como víctima se encuentra presente en varias religiones; lo que me llama la atención en estos casos es por qué es encarnada en animales, o por decirlo de otra manera, en bestias (el mismo apelativo del demonio).

El tema da para mucho si es que hay interés, pero aquí sólo me pregunto si será la especie humana tan narcisista que le resulte intolerable que el mundo le devuelva una imagen que no sea su idéntico reflejo.

1 comment:

  1. Interesante tu nota. Hace quince dias viajé por el estado de Jalisco, por la zona que recorren los peregrinos que van a Talpa. Me llamó mucho la atención la relación que tienen en esos pueblos con sus animales. Primero, me topé con una cantidad inesperada de gallos y gallinas en las calles de los pueblos (desperté a las 5:30 con el canto de innumerables gallos). Segundo, en un poblado expulsor de migrantes la gente tiene muchas mascotas.
    No sé qué, pero algo me tiene que decir esto.

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