Saturday, June 27, 2009

Anteriormente
en mi silencio de niña
faltaron nombres
que ya no recuerdo
La ausencia se me adhirió
como polvo a la piel húmeda
En la palma de la mano izquierda
un hoyo
una mordida
una zona de transparencia
He pasado días asombrada
por eso de que
el momento de la muerte es indeterminable

Wednesday, June 24, 2009

El árbol por la enredadera
va cayendo
por la enredadera
por la enredadera
y por la enredadera

Monday, June 22, 2009

fuego blanco

Ardes mi piel
arde mi llama


fuego blanco
de hierro líquido

gotea el sudor
curva la espalda

al tacto el tiempo insípido
el gusto a voz ahogada

espasmos de luz
refugio tembloroso

arde mi piel
ardes mi llama

Sunday, June 21, 2009

psicoanalista

Señor en diván con espejo de mano:
–Disculpe, ¿puede recordarme lo que estaba pensando?

las olas

I


A la orilla del mar nace la palabra
cuando la irrupción de la ola y su retroceso han alisado la arena
superficie que con su momentánea indemnización
conjura el nacimiento de una nueva marca
que no obstante su incipiencia
se configura desde antes
en el sonido del fondo marino

Playa de nada
en su vacío lo contiene todo


II

Las palabras entran en el silencio
con el movimiento natural con el que las olas arriban a la arena
en el precario límite de la tierra
Solemos pensar que ese silencio es el final

Si acaso es algo, el comienzo

Saturday, June 20, 2009

df

Él va con un libro bajo el brazo
bajo la lluvia
bajo la ciudad que pesa
piedras de quinientos años

Thursday, June 18, 2009

Demora

Nunca voy a ser eficiente
porque todo el tiempo
me demoro

Me demoro
para tomar la pluma
y pisotear con ella el papel,
me demoro en el trazo de las letras
sin vislumbrar su contenido

En los ojos de las personas que amo
mientras platican de sus planes
y hablan del futuro

Me demoro en las rutas del silencio
porque no sé que la conversación
ha terminado

En el punto y seguido
en medio de un cuento fascinante

No soy como el hombre de la lavandería
que ha logrado su pulcro ambiente
con el paso de prisa con que va
de una máquina a otra

Sin pedírselo me ha explicado
todos los errores de procedimiento
que en mi corta visita
he cometido
porque demorada en el sonido de las secadoras
me olvidé de mi propósito

Wednesday, June 17, 2009

Rompecabezas

Todo está roto y los fragmentos encajan
formando exactamente ninguna figura

Tuesday, June 16, 2009

La experiencia del ojo creciente

R
No es que el resto del mundo no exista. Aún recorren los planetas trayectorias de líneas ausentes.

Pero a la distancia de ocho pasos cortos y mirando recostado tu cuerpo desnudo, he perdido súbitamente toda perspectiva. En mi campo visual drásticamente reducido observo la imagen de un ojo creciente...

Al momento, el contorno de esta visión pierde sus aristas y cede su forma a un amenazante ovalo que se presenta horizontal y afilado en los extremos opuestos. La cercanía es tan contundente que el resto de tu cuerpo queda en entredicho; la sola mención de una relación observado-observante es impensable: “mímesis visual”.

En esta circunstancia de contacto corporal monotemático, nada hay que estorbe el casual desciframiento del dibujo de tu iris.

No es sólo una ilusión óptica. Un choque de pestañas se escucha como el roce eléctrico entre cerdas naturales. Presiento que pronto el medio será acuoso, y de sacar la lengua, comprobaría, salado. Resulta excepcional que siga respirando.

Mi habitual escepticismo comienza a devorarme: si es cierto que alguna vez gocé el hallazgo de un significado oculto en tu mirada, el gigantismo de tu órgano visual abole mi romanticismo y descubre para mí el lenguaje del molusco.

Dada la inminencia, intento imaginar la fuerza de una colisión a tal grado extravagante.

Si debido a una estrategia o a la repentina –e improbable– detención del curso de las fuerzas naturales evado la catástrofe, tal vez me adhiera a tu retina y me disuelva en una lágrima, un brillo, un pestañeo.

Monday, June 15, 2009

Toda relación perversa
termina por constituirse
en un sistema que se retroalimenta
y es en esa inercia en que se basa su perversidad

el monte

Para Carlos

Cuando en mis horas de pájaro
olvidé mi canto

fui mujer en el monte
cuando el desorden de la naturaleza
me hizo amar la tierra que pisaba

Me llamó el suelo

Tumbada admiré la hierba
que en mis ojos explotados
echó raíces como pestañas

En aquella enramada me abrí a la muerte
y me moldeé al surco
que el río había abandonado
Notación antes de hacerse a la mar:

Cuando se navega sin rumbo
detenerse o seguir es por igual
un sinsentido

Ancla soy de un navío perdido

agosto

agosto
y compramos higos para mi abuelo que moría
Yaces sobre la hierba y me sorprendes
No es el calor del sol el que nutre los campos
de ti emana la fuerza de los brotes álgidos
Animal de dos cabezas eres
La incomprensión brilla en tus ojos

Golpeas mis entrañas hasta que escupo tu nombre
un canto de amor que susurramos

La curvatura de tu cuello me hipnotiza
Luego, en un breve silencio nos indefinimos

...Ahora háblame de la negrura de tu noche
dime cuáles demonios la preceden

Sunday, June 14, 2009

Pureza

La pureza es una idea de fakir y de monje.
A vosotros, los intelectuales, los anarquistas
burgueses os sirve de pretexto para no hacer nada.
Jean Paul Sartre

El teatro del cuerpo basa su propuesta escénica en una reinvención del lenguaje teatral tradicional. A partir del énfasis en el discurso corporal se independiza de la trama para aparecer, por sí mismo, pleno de sentido. Por no ser una corriente teatral homogénea ni guiada por estatutos, acaso sus distintas versiones sólo converjan en el punto en que la coraza del ejecutante/actor se fisura por la emergencia de un intérprete más afanado en ser sustrato de emociones que virtuoso.
La compañía belga Mossoux-Bonté presentó el 10 de septiembre en la Ciudad de México, dentro del IX Encuentro Internacional de Teatro del Cuerpo, su espectáculo Light!


Al opacarse las luces que mal iluminaban los asientos de los espectadores, apareció en el escenario a quien convendría llamar “Ella”, por no tener voz ni nombre, o “Eso”, por perder constantemente la forma. Aunque al encontrarse pegada al ciclorama e iluminada lateralmente por una potente fuente de luz, Ella más bien era “Aquellas”, es decir Ella y su melliza: también “Ella”, la sombra. Decir con claridad cual era la relación de Aquellas con el haz de luz blanca, parece imposible; pero es indiscutible que más que casual, era genética. No se les veía el rostro, pero el movimiento que las acercaba al brote lumínico era hipnótico y poderoso. Al mismo tiempo que temblaban y se contraían, se resistían a la obvia atracción que la luz les provocaba; lo hacían con la delicia de quienes saben que al final cederán. Entonces, sorprendentemente, ya no eran Aquellas, sino Eso.
Mosoux-Bonté es una compañía formada por dos integrantes: Nicole Mossoux y Patrick Bonté, que son bailarina y coreógrafa y director y dramaturgo, respectivamente. La crítica sitúa sus creaciones entre el teatro y la danza, pero ellos hablan de su trabajo conforme a lo que desean propiciar, más que definiéndose por categorías. El que en esta ocasión busquen acceder a “zonas oscuras del ser” a partir del concepto de la luz, es revelador respecto al contenido mismo de la idea de Light —sea como título de la obra o como palabra cuyo significado es “luz” y también “ligero”—. Que sea, además, parte de una corriente híbrida, añade sentido a su entramado.
La luz y la claridad han sido por largo tiempo símbolos de pureza. Los iluminados lo son por haber logrado un acceso privilegiado al ser, a la verdad y a la existencia; y para alcanzar tal estado, purifican mente, cuerpo y espíritu. Las luces del entendimiento diferencian al ser humano del animal; debido a ellas, ha sido posible desarrollar las ciencias puras. También durante largo tiempo se ha indagado sobre las categorías puras de la razón, como son el tiempo y el espacio según Kant y Schoppenhauer.
Por tales alianzas, quien aliena la luz no sólo provoca a la sombra, que será siempre una medianía; sino que conjura cierta melancolía referida al origen, a lo primigenio, a lo anterior al tiempo y el entendimiento; a la oscuridad fundamental que escapa a lo humano o, más que escapar, se resiste a la humanización... fondo marino impenetrable y fecundo.
Cuando Eso desaparece por el agujero blanco que en la oscuridad le fue ofrecido, otros personajes emergen y renuncian a su definición sustrayéndose a la forma. Apenas notamos que en lo alto del escenario hay una mujer disfrazada y convulsa, bailarina enérgica y entregada. Sea más bien una matriz que engendra seres inasibles. Figuras asimétricas y desiguales, de pieles erizadas, ritmo estridente y preciso —como el paralelo sonoro que Christian Genet obsequia—se disputan un segundo de existencia, tan contrariadas por su mortalidad como nosotros lo estamos por la suya y por la propia.
La sombra pervierte la luz, al tiempo que le confiere la plenitud de su naturaleza —relación ambigua como casi siempre, casi todas. Ya en este punto es evidente que lo que acontece es la pérdida de la pureza. Sea yuxtaposición o cambio, sublimación o vulgarización del movimiento; sombras fálicas nos vuelven morbosos lo ojos y la incontinencia motriz de dichas siluetas absurdas nos retan a la risa y al hastío; pero no sólo, también nos seducen al grado de causarnos amnesia del tiempo, señal de que la razón fue delegada.
Entonces aquel cuerpo osa detenerse y perderse; y de la oscuridad total surge la silueta pálida de un brazo, y sólo el brazo, extendido hacia lo alto, como un gancho o ¿cuello de cisne?, ¿anguila que ondula en la corriente? Su vaguedad lo hace grotesco y fascinante. Nueva una imagen ambivalente que al instante desaparece.
Light! interpela al límite entre la oscuridad y la luz; si es que hay tal, porque el limen es por supuesto una circunferencia que se cierne sobre sí misma para reinventar su trazo. Monólogo de varias voces, perspectiva de planos que se alternan. En aparente calma, una figura humana asoma la cara por una ventana cuya ligereza se debe a que es sólo proyección que dista de ser soliloquio
No contando con herramientas para el análisis, no queda más que observar. Pero mientras algunos aún se preguntan qué fue de la continuidad y la historia, en la sala se ha hecho la luz.

La voz y sus sonidos

En la palabra habitan otros ruidos,
como el mudo instrumento está sonoro
y al inhumano dios interno el lloro
invade y el temblor de los sentidos.

De una palabra obscura desprendidos,
la clara funden al ausente coro,
y pierden su conciencia en el azoro
presa en la libertad de los oídos.

Cada voz de ella misma se desprende
para escuchar la próxima y suspende
a unos labios que son de otros el hueco.

Y en el silencio en que sin fin murmura,
es el lenguaje, por vivir futura,
que da vacante a una ficción un eco

Una palabra obscura, Jorge Cuesta

El sonido y la voz se comprometen, se lían en más aspectos que los meramente físicos; y penetran en la metáfora como en un sueño, pasajes enteros de apariciones, narraciones e historias que al no ser ciertas, o mejor, que al ser —por fortuna— inciertas, acogen un sinsentido mayor que el que se desprende de su letra.

Tan acostumbrados a la voz como a la luz: más ciegos cuando sordos, los negados para escuchar, enmudecen. La voz, de apariencia inmaterial, tan “multívoca” como “unívoca” (¡qué expresión tan redundante!), pareciera emanar profusa e inagotablemente de un cuenco sin fondo, quizá nutrido del informe océano primigeneo de la vida (pero eso, ¿cómo saberlo?). Se presenta de tantas formas como timbres: voz de la razón o de la conciencia que derrumba y prueba la existencia de una realidad coherente. Voz áspera o voz aguda. Voz parda. Voz dolorida. Voz del más allá que indica un camino a seguir, capcioso o libre de peligro. Voz divina que dicta un código, por su origen, incuestionable. Voz mítica que señala el principio, aunque éste, de hecho, sea ninguno. Voz esclarecedora. Voz opaca o silente que al enmudecer evidencia su contradicción inherente; el silencio la conforma, así como la aliena. Voz amante que se enlaza a dos cuerpos como si lo hiciera a uno. Voz que aparece en un trance y despierta al dormido, aun cuando éste no lo sepa, ya que es entre sueños que la escucha: Con la voz de los pájaros comienza la mañana. Mas qué voz aquella que no habla. De qué manera el tiempo no se compromete al abandonarse entre un fragmento y otro de sí mismo. La voz espacia ese silencio, marcando ritmos que ni en el oído se demoran. Tanto al azar, tanto a la tormenta: escucharse uno mismo. Una misma. Detrás y a través de la trama de una vibración difusa: la voz más interna y tan o tan poco conocida.

La voz contiene todos sus posibles ecos. Es por naturaleza mensajera. Es también el mensaje mismo. Distorsionada puede mutar hasta convertirse en el “anti-mensaje”: algo que se esconde en sí mismo, de sí mismo (tanta mismidad vuelta intrusa), que olvida el origen y pierde el sentido, pero que lleva su carga en una marca sonora, que muy a pesar suyo, derrocha.

Hay voces que no comunican dichos textuales, que al fluctuar allanan el camino a la interpretación: la voz que habla al oráculo en sentido estricto no dice nada, murmura ininteligible, mas no así para los que poseen el oído privilegiado, capaz de captar el sonido de lo trasmundano. [La voz de la Tormenta que el desdichado de Job escuchaba, hablaba, aunque con palabras, de razones humanamente incomprensibles.] De la voz, más de una epifanía se desprende. Existe también la voz que se disfraza en canto, tan seductora y engañosa como para hacer desvariar a más de un héroe. La voz es muchas voces, un desbordamiento de significados que vinculan el “ahora” con el sentido ulterior de la vida; la voz es pulsión, ya sea de vida o de muerte, un enigma que se expande como la ola que toca la playa justo antes de que la noche se retraiga.

Múltiples pasajes de la literatura son ejemplo de la cualidad extática de la voz, de su riqueza simbólica y de la penetrante fuerza psíquica de su representación. Desde el Antiguo Testamento, la literatura griega clásica, pasando por otros textos sacros, hasta obras de Franz Kafka, Honoré Balzac, James Joyce, Herman Broch, Juan de la Cabada, Carson McCullers, Elfriede Jelinek, por nombrar sólo algunos, revelan la importancia de “la voz” como un concepto o idea ligado a una idea supra-terrenal. No obstante, lo que estas voces tienen que decirnos, atañen a la actualidad, extrañamente tanto como cuando fueron consignadas. ¿Qué tenía que ser dicho, que no podía hacerse explícitamente o en primera persona? ¿Qué expresan estas voces y a dónde nos transporta su sonido? ¿Podemos seguir escuchándolas a pesar del paso de los siglos? Estas son cuestiones que en sentido último se dirigen a temas como la validez de la creencia en la universalidad de la literatura o al origen mismo de la literatura y la poesía centrado en la Palabra de Dios. Sin embargo, el interés máximo lo encuentro en el detalle de cada caso, del que es posible extraer un avasallador conjunto de sentidos y significados.

La alegría de Clarice

Cuenta Clarice Lispector en una de sus crónicas escritas en 1969 para el Jornal do Brasil, que atribulada por un angustioso sentimiento cuya causa no revela, se adentró en la nave de una iglesia en busca de consuelo. Recuerda haber avistado al fondo, en el atrio (seguramente impresionada de tal forma como esos sitios suelen impresionar a los deshabituados a ellos) una caja de madera que al acercarse le mostró desde el interior la imagen de una virgen envejecida. Santa Teresinha, según ella misma reflexiona, mostraba una faz extraña para un ídolo de su clase, usualmente representada en la flor de la edad: su piel era como de “pergamino arrugado... Sus ojos estaban cerrados, las manos blancas cruzadas sobre el pecho”.

Sin poder adivinar el material con que tal imagen estaba modelada —pero necesitada de saberlo y decidida a desafiar los cánones de conducta que deben observarse en los recintos sagrados—, Clarice acercó la mano para despejar al tacto el misterio.

Justo un instante antes de llevar a cabo el sacrílego acto, a escasos milímetros de rozar la figura, “aparecieron dos muchachas que se dirigieron hacia el féretro –ambas, nos dice la narración, se encontraban molestas– Hasta que una le dijo a la otra: –A fin de cuentas ¿cuándo vienen todos al entierro de la abuela? ¡Ella no se puede quedar a vivir en la iglesia!”

Clarice, “toda pálida por dentro [comprendió] de golpe que aquella no era Santa Teresinha y sí una mujer muerta”.

La crónica se titula Casi. La autora casi resucita después de casi tocar la muerte: expulsada hacia el exterior de la iglesia , Clarice encontró nuevamente la vida, el opuesto y a la vez par constitutivo de la muerte:
¿Cómo explicar lo que vi allá afuera? En el vértigo en que me encontraba; más aún lo sentí al ver el sol esplendente y una alegría de abeja en flor... las personas todas vivas, vivas...

La anécdota nos hace capaces de identificar y compartir el horror, también nos sitúa ante la disyuntiva de aceptar o no la bipolaridad potencial de cualquier circunstancia. Ahí donde una marejada de tristeza parecía cubrirlo todo con un manto melancólico, surge en el lapso del casi, debido al acontecimiento más fortuito, escalofriantemente impredecible y cómicamente lo contrario –predecible–, la alegría más fundamental, la del puro goce de la existencia, el que es como de “abeja en flor”, alegría por la vida sin más.

Esta alegría podría equipararse a un momento de éxtasis, breve e inexplicable; en el que el origen asume la forma de lo desconocido y cuyo fondo es inevitablemente oscuro, pero que evidencia la posibilidad de una luminosidad que deslumbra casi hasta el enceguecimiento.

Distinta de la de los manuales para tener una vida plena, esta acepción de la palabra alegría, que se asemeja al vocablo joy del idioma inglés —emparentada a la “dicha” y no la felicidad— tal vez sea más un “estado de gracia” que un producto de la cultura del esfuerzo. Difícil de comprender, sin embargo, ya que hoy día que las dolencias del alma son una cuestión de Estado: (a) las personas deprimidas son menos productivas; b) la definición de depresión es tan amplia y confusa que todos cubrimos el perfil; y c) todos debemos adoptar el estado de ánimo “conveniente” porque todos debemos ser productivos; el tipo de emociones que salen del espectro parecen condenadas a la extinción.

Entendida como ideal, la felicidad es un concepto nutrido grotescamente por los afanes de las mentes humanistas e ilustradas, y por las más racionalistas. Continuamente perseguimos la felicidad aferrados a una necesidad de permanencia, seducidos por la inmovilidad y la resistencia al cambio; mismo que implica que el orden de sucesión de los acontecimientos sea azaroso, ininteligible e incontrolable. Pero hasta el menos avezado sabe, en la secrecía de su discurso más íntimo, de la banalidad de tal empresa. Si antes el valor supremo era el bien, actualmente lo es la felicidad, pero no la colectiva sino la individual. Y de la misma manera como el mal, según ciertas definiciones, es solamente ausencia de bien, carente de ser e insustancial, la felicidad es también un concepto totalitario que anula a su opuesto constitutivo relegándolo al reino de la ausencia; y que de paso condena a sus adeptos al masoquismo (placer obtenido del dolor), por asistir a la constante frustración provocada por la repetida insatisfacción de sus anhelos.

Esta alegría de abeja en flor de Clarice es muy distinta, no es el totaly numb que producen los antidepresivos (aquellos que toman prozac pensando que conseguirán que los estornudos les causen sensaciones orgásmicas, tal vez no puedan entenderla). Es una alegría que tiende hacia el fin porque presiente su desenlace y que surge necesariamente de él como de una muerte momentánea; es difícil hablar de ella porque apenas ha sucedido parece caer en el olvido, como los sueños; nos vuelve frágiles y volubles, no dioses sino mortales; posesos y al momento siguiente mendigos. Para conseguirla hay que arrojarse a la vida y no dominarla; produce dicha y embelesamiento, pero por ser pasajera provoca nostalgia y melancolía. Además, atañe tanto a los virtuosos como a los miserables y crece silvestremente como lo hacen algunas flores y la mala hierba.
Clarice tomó un taxi de vuelta a casa, perfumada por los olores menos asépticos y también los más humanos, rodeada de bullicio e inundada de calle.

Saturday, June 13, 2009

Balido atónito
Cápsula silencia
Las palabras se erizan
sordas:
Hierba necia de vivir
Qué animal más desdentado
Te tengo presa
Te tengo
Mientras te veo morir en
tu charco razonado
Cuánta suciedad
sin nombre y quieta
Aparenta lo contrario
Eso asusta
Una cosa que se encima sobre otra
se llama tiempo
Si te quedaste inmóvil
fue porque lo viste
Ah
hhhhhhhh
qué tristeza ese reflejo
tan preciso

encuentro

Al entrar despacio lo que se escuchó


Tras la puerta
Tras la noche
Lo que se escuchó
A través el muro
A través las ganas azules
Horas abiertas
Piernas abiertas
Lo que se sostuvo
en el llamado

tu nombre
Una flor que al tocarla se deshace entre los dedos
Una luz que al tocarla
Una mano al tocarla
Piel al tocarla
Dentro tocarla

Tocarla
Tocarla
Escala humana sin tiempo=delirio

Electrocardiograma

QuémásdaQuémásdaQuémásdaQuéimportaQuéimportaQuéimporta
QuéimportaElsilencioElsilencioElsilencioElsilencioElsilencioElsilen
cioLanochecontigoenmíLanochecontigoenmíconmigoElrechazo
ElrechazoElrechazoElrechazoLanegativaElminutolargoElminuto
largoEstabasahímirandoPararomperPararomperPararomper
LaluzfrágilysuavePararomperPararomperPararomperlaluztanlige
ra__________________________________MiraYanosemueve

*audio Música de Alva Noto, Transrapid, "Funkbugfx"/ Texto y voz Sara Schulz

Deseo

Para saber cuándo murió, restar durante las primeras 12 horas un grado centígrado por cada hora transcurrida.
Antenoche un ciervo
Cristal de ojo
tiemblo
Historia subjetiva:
(Yo) Documento
Mi oquedad
Tu oquedad
Su oquedad:
Nuestra oquedad

Acerca del alma

El alma



Frontera móvil
En el paisaje de la vida terrena del hombre, la línea que dibuja el horizonte es inevitablemente finita; este ser poderoso ya no teme el transcurso de cada día, pero la muerte aún acaece con su habitual espontaneidad y con ella la contingencia de la vida se hace presente una vez más, cada vez.

La finitud se supone como el inextricable límite de lo humano, como el lugar hasta el que la vista alcanza y después del que parece extinguirse todo lo posible. Mas en ese punto tan cercano a todo lo demás y a la vez a nada otro, ahí donde se levanta la barrera que erige el fin de la conciencia emprendedora y racional, con los afanes del cuerpo movible, necesitado de cuidado, inmerso en el mundo y en una corriente de sensaciones y afectos; nace la posibilidad de una vida otra, impermeable al paso del tiempo: una figura de agua que se levanta en un lago quieto y tranquilo y que, por su misma naturaleza, regresa prontamente a su elemento, casi sin dejar rastro, ofreciendo al que observa la franqueabilidad de su transparencia y el misterio de su formación y de su disolución.

Inmortales los dioses y perennes los ciclos por los que se muestran el orden y el sentido de la Naturaleza; inmortales los apartados de la muerte y los héroes que han emergido de ella debido a una gracia divina. Esos inmortales que habitan en el casi límite del mundo, separados por su condición –literalmente aislados, en una isla como la de los bienaventurados– no conocen la muerte y por ello se asoman, sin precipitarse, en el abismo que separa a seres divinos de seres mortales. Pero no inmortales lo hombres comunes, a los que la vida toca –diríamos roza– antes de su fuga y a los que no se les revela explicación ni justicia en el mapa de las constelaciones. La inmortalidad sabemos no es para mortales, por más simple y redundante que parezca, esta es una idea que se inscribe dentro de una concepción del origen y del orden universal.

La planta prohibida, la fuente, se encuentran en lugares tan remotos –más aún porque su distancia no es geográfica– que nadie, excepto alguna voz antigua, hecha sólo de palabras, apenas audible, atestigua su existencia; nada hay mundano que señale lo contrario. La trasgresión de ese límite ontológico por decisión propia y no por “gracia”, pareciera un desafío a las condiciones que la vida impone, cuánta arrogancia cabe en este ser moldeado de la arcilla que cree que el agua no podrá deshacerlo y volverlo a su seno.

“Inmortalidad” pareciera en algún punto sinónimo de divinidad; pero sólo en algún punto, porque es la divinidad la que al jugar con sus propios límites, condesciende constantemente con las reglas de lo autoimpuesto y decreta, tal vez en afán de apaciguar la soledad en la que su existir la aleja de sus criaturas, una unión íntima, comunicación insoslayable con la naturaleza. Morir, según el orden de esta otra naturaleza, no es sino transitar, ir desde un lugar hacia otro, adelantar el paso sobre el puente que estrecha las dos orillas del río, andar el eterno ciclo de la vida y de la muerte.

De esta manera, protegida de la finitud por las mismas fuerzas del ser que le dieron origen, se encuentra el alma; el ser que transita: individual, eterno aunque cambiante, en el que se contienen el pensamiento, el deseo y la voluntad, el centro espiritual que anima la vida en el cuerpo, lo invisible que se hace visible con la muerte. Esta alma(1) por cualquier indicio, se asemeja más a lo divino que a lo que como humano se reconoce; sustancia nutrida de eternidad por la que se alcanza la vida después de la muerte, el más allá.

Pero, ¿más allá de qué?, surge como una pregunta pertinente. Más allá de la vida y más allá de la muerte también. Más allá del ciclo de la existencia. En el prólogo a una de las ediciones del libro de Erwin Rohde, llamado Psique, Eckstein escribió que:
La fe en la bienaventuranza del más allá tiene como premisa la idea de que el hombre se considera situado al margen del eterno ciclo de la vida y la muerte, se imagina vivo frente a un mundo puramente existente de cosas muertas.(2)

Sabemos que un margen es siempre un trazo divisorio; extrañamente en este caso lo que queda a cada lado de la línea es difuso, el margen limita territorios no definitivos. Visto con ojos de espectador en el dibujo de curso temporal, tenemos que el momento de la muerte es indeterminable,(3) es un tiempo que se disipa: es el término de la vida, pero también es su último instante.

Divinidad
El pensamiento sobre la muerte es un pensamiento que se sitúa en los bordes; es fronterizo porque su objeto es radicalmente inaprehensible. La muerte es el umbral, el límite, es lo que sin dejar de ser sí mismo es ya otra cosa –sin contradicción
; lo que se asoma, se filtra, aparece, pero no en un carácter casual, sino en el fundamental de lo que antecede y deviene, y siempre está ahí. Algo se acaba y comienza algo otro; la brevedad de su lapso más que hacerla definitiva la sumerge en la nada. Acaso la frontera sea inexistente también, o más que inexistente, invisible como el alma y como la muerte misma.

El distanciamiento de un suceso de tales características compromete la única posibilidad de señalar su notoriedad, sólo su aislamiento permite ir más allá de él. Sin embargo, esta contención del momento es obligada, porque hasta donde alcanzan las potencias humanas nos colocamos frente a la muerte en el estado previo o, fantaseando, en el sucesivo.(4) Pero, pensar de tal manera en el tiempo que le sucede es ya de cierta forma, traspasar el límite, anular, manipular o desplazar el margen. Caemos entonces en que la frontera más que inexistente es movible, podría decirse también errática, irregular, no absoluta, nunca exenta de nuevas conquistas hacia un territorio o hacia el otro.

Es esta disipación de la frontera lo que permite decir que hay un más allá de la muerte, cuando al mismo tiempo se dice que hay un más allá de la vida, casi como en un entrelazamiento sinonímico, que sin embargo no lo es. La frontera como el territorio de lo marginal abre un espacio en el que lo que se fragua es lo indeterminado. Sea entonces este “más allá” un margen o un límite – entre varios posibles–, desde el que alguien observa el ciclo perentorio con la certidumbre de no poder ser alcanzado por la garra del tigre debido a la distancia impuesta por el límite mismo. El más allá es expresión de lejanía, pero una lejanía que acecha.

Resguardada de la luz del día por su disfraz invisible, el alma individual (la psyche griega) que (en los testimonios de la literatura homérica) no es el alma vital despersonalizada (el thymós) (5) sino el espíritu de los muertos, forma sin materia, que vive una vida propia dentro del hombre como un “segundo yo” y que sólo se libera con la muerte, se asimila al aliento de los vivos, a su respiración; y, una vez desprendida del cuerpo, se identifica con la “imagen del hombre hecha de sombra” (6) que reproduce, por lo que lleva todavía el nombre propio de la persona a quien perteneció, el contorno de su figura y las particularidades de su corporeidad.

Imagen
La psique denota una doble vida,(7) una realidad transgresora de otra realidad; invasión que, al no ser intrusiva sino constitutiva de un todo, alienta una tregua pactada con anticipación inaugural, por la que se deslizan continuamente de un plano a otro las vivencias humanas. La presencia de la psique que sólo abandona su parcialidad con la muerte, hace entrever la existencia de un gemelo que debido a su origen es zurdo por naturaleza –siniestro–; que reniega, provocando traspiés, de su estado de oculto. Se muestra en la ocasión de la prolongación de un silencio, mas es tan fugitivo que se confunde con la propia sombra;(8) evanescente fustiga el duelo entre la ausencia y la presencia, entre lo que es y lo que no es (cuántos ecos filosóficos resuenan ahora en estas palabras) como si fuera su interludio.

El espacio, cuyo concepto es tan abstracto como el de “alma”, en el que ha operado ya la concreción y objetivación de la realidad, por la que cada cosa es diferente de otra y al que su invisibilidad no demerita sino que redime por su cualidad omni-abarcante, no alberga la aparición de esa imagen vacía de materia, que traslúcida desafía las condiciones de existencia del resto de las cosas. El suceso de su aparición podría deberse más a un giro (twist) en la relación de la conciencia con el mundo, que a un condicionamiento del mundo físico. Es por ello que, en relación con la idea de psique o alma y a sus manifestaciones, suele aparejarse el concepto de fenómeno sobre-natural que únicamente puede entrar a la esfera de lo asequible como vivencia o como experiencia, o dicho de otro modo, que es sólo vivencia: la del soñar, el gozar o el entrar en un estado de éxtasis. Inaudita respecto de la naturaleza de lo conocido, pero posible, en la inquietante realidad de aquello que se presta a la sospecha por ser entrevisto a través del sueño, del goce o del éxtasis como algo que desafía el parámetro de lo verificable y que, dotado de fuerza y furor, es capaz de poseer la conciencia y aniquilarla –al menos– momentáneamente.

En la línea de lo que forma la caracterización sobrenatural de esta llamada “imagen del hombre”, podría decir que el movimiento del alma si fuera visible se distinguiría inmediatamente de todos los otros del mundo... un movimiento oscilante, un vaivén a cada momento percutido entre dos opuestos, cuya contundencia lo asemeja a la quietud y que sin embargo vibra incansable: pareciera frenético pero al tiempo estático. Quizá la danza de alguna ménade en éxtasis pudiera recordárnoslo como entre sueños... pero hace tiempo que están extintas.

La imagen-sombra transige constantemente con la realidad a pesar de su aparente oposición a ella. Es de tal forma fecunda la contradicción de la lejanía que la hace constantemente presente, que más que instituir su independencia le confiere poder de oráculo, de brújula previsora de los fenómenos del mundo: lo revelado en sueños tiene carácter de sentencia.(9) Será porque la realidad que trasparece con la abolición de la consciencia tiene la fuerza, por su carga pulsional, de configurarse como lo más real, lo anterior al símbolo (no es, ni puede ser, símbolo) y lo anterior al lenguaje; de la que no hay palabra porque ninguna hay que la nombre (10) y porque el nombrarla es innecesario si se piensa en su evidencia.

Hay un momento en la historia del alma, historia por lo demás necesariamente ficticia (historia sombra, historia fantasma, flotante, cuando no hacemos una historia de las ideas), en que los sueños, mismos que son el plano "natural" en que ella habita "en vida", son hechos reales. Sólo un distanciamiento de una realidad afectiva, debido a la adopción de una legislación epistemológica –a veces tiránica– discernidora de verdad o falsedad, puede llevar a la pregunta por la realidad de los sueños, cuando éstos tienen por sí mismos un peso tan contundente. En la época homérica, por ejemplo, la carga de realidad de un sueño era incuestionable.(11) Lo que se nutre con este cuestionamiento es un drama humano conocido: si el sueño es real, si lo que es en realidad es en realidad y no en sueño y si la muerte es en realidad sueño o vida, y, realidad.

En una descripción que Lessing hace de una antigua escultura griega, se encuentra el entrecruzamiento del sueño, la vida y la muerte:

Los artistas antiguos, en efecto han dado al sueño y a la muerte el parecido propio de dos hermanos gemelos. Los dos reposaban en forma de niños, en brazos de la Noche, en un zócalo de madera de cedro, en el templo de Juno, en Elis. Sólo les distinguían representando al uno blanco y al otro negro; uno dormía y otro parecía dormir, y ambos tenían los pies cruzados uno sobre otro.(12)

Dos hermanos: uno dormía y el otro parecía dormir… Uno duerme mientras otro vive, uno yace como muerto porque hay siempre algo en esta complicidad del durmiente con el despierto que transporta a la ensoñación de la muerte. El que duerme yace, y yace como muerto; y, en efecto, hay algo en él que muere mientras duerme, y otro algo que vive y vuelve a morir cuando despierta. Esta tensión es la producida por la ominosa duplicidad de la no identidad absoluta, que es el sitio en el que el principio de individuación se desaliña, en donde se desgarra la figura del espejo y emerge desde el fondo de esa boca abierta –que podría ser también la del cadáver–, otra imagen: un fantasma posiblemente luminoso, color plata como el espejo mismo, pero que brilla más que nada por la materia de su origen, la materia divina y para siempre desconocida: el alma… imagen, ídolo, sombra.

La imagen divina permanece dormida mientras el hombre se encuentra activo, como en una muerte temporal en la que la psique se encuentra liberada del cuerpo. Pero aunque es el sueño el estado más recurrente del alma, quizá sean el éxtasis y el goce los que descubren con mayor claridad en el alma una alianza con lo divino, tanto en el sentido del origen, por ser esa realidad otra la que les da sino; como en el sentido de la orientación, por la que las aspiraciones de estas vivencias toman forma: nacer y tender en el éxtasis y el goce hacia lo divino.

Es en esta alma extasiada que emerge con nitidez una genética familiaridad entre las nociones de lo divino y de lo inmortal. El éxtasis es una vivencia de la divinidad que preña al mundo de un sentido de unidad; mientras que la creencia en la existencia de un alma en un más allá es forzosamente escisión entre el cuerpo y el alma, escisión entre lo mortal y lo inmortal, que sólo puede conferirse si eso inmortal tiene un vínculo intrínseco con lo divino y por tanto implica la respectiva diferenciación entre lo contingente y lo necesario, entre lo perecedero y lo eterno:

De hecho, esto es lo que éxtasis significa, la liberación del alma con respecto al cuerpo. Otras veces se describe como la entrada del dios en el alma de un hombre; cuando esto sucede, el hombre está endiosado (…) Con todo, la salida del alma o la entrada del dios se distinguen raramente; los dos conceptos se confunden: el hombre ‘sucede ser como otro y no él mismo, deviniendo, más: siendo dios’, sin que encuentre divisiones entre él y la divinidad: ‘nada, pues, entre ellos: ni tan sólo dos, sino uno solo ambos’, según lo expresa Plotino.(13)


Parece paradójico que al acercarnos a lo individual, a lo uno, nos alejemos de la unidad. Eso uno diferente de lo otro resulta a la vez que el sustento de nuestra identidad, la fuente de nuestro extravío. Toda esa serie de dicotomías que pueblan nuestro imaginario, en el que se contraponen la unidad con la individuación, base actual de nuestra experiencia epistemológica, conducen a la concepción del cuerpo como un lastre que impide la libertad del alma. El cuerpo deviene una envoltura pasajera, cuando menos, y cuando más, un elemento de contaminación del que la psique debe ser purificada.

En la tradición de la Grecia antigua, los cultos mistéricos buscaban el desprendimiento de las almas de su transcurrir en el mundo ordinario. A partir de percepciones y visiones producidas en el frenesí del éxtasis se llegaba al conocimiento de una realidad objetiva en la que las almas libres lograban la comunión con ‘el dios’. (14) La experiencia implicaba al tiempo que la revelación de la unidad del mundo, la revelación de la naturaleza divina del alma del hombre por la que se completaba aquella unidad.

Así que lo que inicialmente parece bifurcado en dos caminos para comprender la naturaleza del alma: uno por el cual el alma es inmortal como antítesis del cuerpo que es mortal y perece; y, otro, como experiencia de la unidad de lo existente, revelada en el éxtasis, termina por empalmarse en uno, el del alma divina e inmortal.

El alma como elemento transitorio puede considerarse una frontera móvil que traspasa la vida y la muerte; ella misma transita los parajes que sólo son intuidos debido a insinuaciones; más allá del límite pero más cerca que ninguno posible, anda y desanda sus pasos con la naturalidad de quien ha estado ahí antes pero que tal vez ¿lo ha olvidado? Fronteriza entre lo visible y lo invisible, participa en el mundo cambiante pero no se funde con él, de su contacto con el cuerpo obtendrá algún grado de degradación, pero no perderá su naturaleza divina y eterna; deberá purificarse pero no morirá, ni padecerá como mortal el transcurrir del tiempo.


A diferencia de la idea en que es despojada de su manto ominoso, cercada dentro del campo moral y supeditada al pacto legalista con Dios(15) por las tradiciones religiosas posteriores, el alma muestra en esta concepción un aspecto que la hace esplendente debido a su ubicación entre lo humano y lo divino, lo oculto y lo desocultado y nuevamente lo perecedero y lo eterno. Aquella dicotomía que supone la paradoja surgida del enfrentamiento entre lo espiritual y lo corporal, que condena la constitución humana por lo que ésta tiene de mortal, finita y corruptible, resulta, comprendida de esta otra manera, el aspecto limítrofe de una naturaleza no tan anclada en lo terrenal que olvide lo aéreo, no tan racional que reniegue de un fondo desconocido, no tan dueña de sí misma que pueda ignorar su carácter onírico, cuando este carácter rebasa el sueño y se engendra quizá en la voz, en la palabra, en la poesía.


Notas al pie

(1) Alma que no es el alma homérica, la sombra carente de conciencia que se desprende del cuerpo con la muerte y que impotente se dirige a su estancia en el Hades; me refiero más al desarrollo posterior de la noción de psique que a su nacimiento, con un parecido mayor al “alma filosófica”.

(2) Rohde, Erwin, Psique La idea del alma y la inmortalidad entre los griegos, tr. de Wenceslao Roces, Fondo de Cultura Económica, México, 1983. p. XXI. Las cursivas son mías.

(3) En un organismo se puede determinar el momento en que comienza la interrupción sucesiva de los signos vitales, pero no el momento en que la muerte absoluta sucede, ese parece un momento indeterminable.

(4) Según la constitución temporal del hombre, como un Heidegger, un Kant, un Schopenhauer, pero no me voy a meter con esto... jajaja

(5)
Sin lugar a duda resulta problemático intentar determinar un inequívoco concepto de alma. Me guío en este texto del trazo de Rohde en su libro Psique, que lleva a cabo una historia paralela del concepto de alma y del concepto de inmortalidad en la antigüedad griega. Retomo sobre todo la visión que ofrece sobre el alma homérica y su subsecuente desarrollo dentro de la religión, la filosofía natural y el platonismo; según la cual (dicho en rasgos tan generales que no puede ser más que una simplificación), el alma como sustancia espiritual que en efecto sobrevive a la muerte, no pasa, en la poesía épica, de ser una imagen del hombre carente de consciencia y alejada del mundo de los vivos, a la que no se conoce y de cuya existencia no se tiene noticia más que por lo que se sabe de la suerte de algunos personajes heroicos. Esta alma es impotente y por eso, aunque se le considera, no se le teme ni se le rinde culto si no hasta tiempo después y por la introducción de creencias religiosas provenientes de otras regiones (supuestamente de Tracia) en las que el culto al dios Dioniso, más bien conocido en su nombre original extranjero como el dios Sabo o Sabacio, hizo afianzarse en tierra griega la creencia en la inmortalidad y el culto a las almas con un matiz que posteriormente ciertas sectas religiosas lograron arraigar en el pensamiento filosófico a partir de una base teológica más consistente. Es también necesario aclarar que investigaciones en el campo de la filología y de la historia de la filosofía, así como la crítica [de Jaeger y Otto por ejemplo], posteriores a Rohde, han señalado como erróneo intentar derivar la fe en la inmortalidad del culto de las almas y han criticado el sentido que Rohde da a la psyche griega, sobre todo en lo referente a la concepción dualista del hombre en cuerpo y alma, que éste atribuye a la poesía homérica, y que se identifica más bien con contenidos místicos y platónicos posteriores, en los cuales había operado ya un transformación del concepto.

(6) Rohde, Op. Cit., pág. 9.

(7) Aquella misma en la que tanto tiempo después Freud asiera el inconsciente.

(8) La sombra que se desprende del cuerpo muerte y se dirige al Hades, que según Rohde, en Homero, lleva una vida totalmente aislada, inconsciente e impotente; y únicamente se hace contundentemente perceptible después de la muerte...o con la muerte.

(9)
Incluso Freud quien se impuso la tarea de traer al “mundo de la luz” el fenómeno onírico y relacionarlo con su origen fisiológico –y no divino–, confirió a los sueños el papel de “llave mágica” para la comprensión del funcionamiento de la psique: “...quien no sepa explicarse el origen de las imágenes oníricas se esforzará en vano por comprender las fobias, las ideas obsesivas y las delirantes, y aun llegado el caso, por ejercer sobre ellas una influencia terapéutica.” , puede leerse en advertencia a la primera edición de su Interpretación de los sueños[Freud, 1899].

(
10)
El mandato de secreto que recaía sobre algunos Misterios, como por ejemplo los eleusinos, parece ceñirse a esta imposibilidad de comunicar la vivencia; cualquier intento de pormenorizarla redundaba inevitablemente en una trivialización, cuando no en una anécdota que desacralizaba la experiencia, y que por ello era meritorio de castigo. Los no iniciados no sólo no tenían derecho sino que tampoco tenía modo de comprender el sentido de lo experienciado.

(11) “…para [Homero], lo que se percibe en sueños son formas y figuras verdaderas, las de los mismos dioses o las de un demonio de los sueños enviado por ellos o las de una fugaz ‘imagen’ (idolo) momentáneamente sugerida por los dioses mismos; la visión del que sueña es también un hecho real y lo que en ella se ve objetos reales y concretos. Asimismo es real lo que se nos aparece en sueños como la figura de una persona recién muerta. Y si esta figura se nos presenta en sueños, es precisamente porque existe: ello quiere decir que sobrevive a la muerte, pero solamente como una imagen aérea, algo así como la imagen de nuestro cuerpo reflejada en el espejo de las aguas. Es algo etéreo, intangible, inaprensible, a diferencia del yo visible; por eso, precisamente, recibe el nombre de ‘psique’”. Rohde, Op. Cit., pág. 12.

(12) Lessing, Gothold, Laocoonte, UNAM, México,1960, pág. 53.

(13) Rohde, Op. cit., en nota al pie núm 37, capítulo IX , pág. 453.

(14) No debe extrañarnos que la incomprensión moderna de estos arrebatos, haya llevado a algunos investigadores a revisar los libros contables de Eleusis, para descartar que en ellos se encontraran registrados egresos por concepto de utilería y actores; acorde todo a la idea de una representación teatral de tal magnitud, que cada año (durante siglos) pudiera hacer crédulos a cientos de iniciados.

(15) Los dioses griegos no son los de la alianza, los de las leyes ni los de la retribución. El pacto legalista lo analiza Isabel Cabrera en una compilación de sus ensayos titulada El lado oscuro de Dios.

 
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