Sunday, June 14, 2009

La voz y sus sonidos

En la palabra habitan otros ruidos,
como el mudo instrumento está sonoro
y al inhumano dios interno el lloro
invade y el temblor de los sentidos.

De una palabra obscura desprendidos,
la clara funden al ausente coro,
y pierden su conciencia en el azoro
presa en la libertad de los oídos.

Cada voz de ella misma se desprende
para escuchar la próxima y suspende
a unos labios que son de otros el hueco.

Y en el silencio en que sin fin murmura,
es el lenguaje, por vivir futura,
que da vacante a una ficción un eco

Una palabra obscura, Jorge Cuesta

El sonido y la voz se comprometen, se lían en más aspectos que los meramente físicos; y penetran en la metáfora como en un sueño, pasajes enteros de apariciones, narraciones e historias que al no ser ciertas, o mejor, que al ser —por fortuna— inciertas, acogen un sinsentido mayor que el que se desprende de su letra.

Tan acostumbrados a la voz como a la luz: más ciegos cuando sordos, los negados para escuchar, enmudecen. La voz, de apariencia inmaterial, tan “multívoca” como “unívoca” (¡qué expresión tan redundante!), pareciera emanar profusa e inagotablemente de un cuenco sin fondo, quizá nutrido del informe océano primigeneo de la vida (pero eso, ¿cómo saberlo?). Se presenta de tantas formas como timbres: voz de la razón o de la conciencia que derrumba y prueba la existencia de una realidad coherente. Voz áspera o voz aguda. Voz parda. Voz dolorida. Voz del más allá que indica un camino a seguir, capcioso o libre de peligro. Voz divina que dicta un código, por su origen, incuestionable. Voz mítica que señala el principio, aunque éste, de hecho, sea ninguno. Voz esclarecedora. Voz opaca o silente que al enmudecer evidencia su contradicción inherente; el silencio la conforma, así como la aliena. Voz amante que se enlaza a dos cuerpos como si lo hiciera a uno. Voz que aparece en un trance y despierta al dormido, aun cuando éste no lo sepa, ya que es entre sueños que la escucha: Con la voz de los pájaros comienza la mañana. Mas qué voz aquella que no habla. De qué manera el tiempo no se compromete al abandonarse entre un fragmento y otro de sí mismo. La voz espacia ese silencio, marcando ritmos que ni en el oído se demoran. Tanto al azar, tanto a la tormenta: escucharse uno mismo. Una misma. Detrás y a través de la trama de una vibración difusa: la voz más interna y tan o tan poco conocida.

La voz contiene todos sus posibles ecos. Es por naturaleza mensajera. Es también el mensaje mismo. Distorsionada puede mutar hasta convertirse en el “anti-mensaje”: algo que se esconde en sí mismo, de sí mismo (tanta mismidad vuelta intrusa), que olvida el origen y pierde el sentido, pero que lleva su carga en una marca sonora, que muy a pesar suyo, derrocha.

Hay voces que no comunican dichos textuales, que al fluctuar allanan el camino a la interpretación: la voz que habla al oráculo en sentido estricto no dice nada, murmura ininteligible, mas no así para los que poseen el oído privilegiado, capaz de captar el sonido de lo trasmundano. [La voz de la Tormenta que el desdichado de Job escuchaba, hablaba, aunque con palabras, de razones humanamente incomprensibles.] De la voz, más de una epifanía se desprende. Existe también la voz que se disfraza en canto, tan seductora y engañosa como para hacer desvariar a más de un héroe. La voz es muchas voces, un desbordamiento de significados que vinculan el “ahora” con el sentido ulterior de la vida; la voz es pulsión, ya sea de vida o de muerte, un enigma que se expande como la ola que toca la playa justo antes de que la noche se retraiga.

Múltiples pasajes de la literatura son ejemplo de la cualidad extática de la voz, de su riqueza simbólica y de la penetrante fuerza psíquica de su representación. Desde el Antiguo Testamento, la literatura griega clásica, pasando por otros textos sacros, hasta obras de Franz Kafka, Honoré Balzac, James Joyce, Herman Broch, Juan de la Cabada, Carson McCullers, Elfriede Jelinek, por nombrar sólo algunos, revelan la importancia de “la voz” como un concepto o idea ligado a una idea supra-terrenal. No obstante, lo que estas voces tienen que decirnos, atañen a la actualidad, extrañamente tanto como cuando fueron consignadas. ¿Qué tenía que ser dicho, que no podía hacerse explícitamente o en primera persona? ¿Qué expresan estas voces y a dónde nos transporta su sonido? ¿Podemos seguir escuchándolas a pesar del paso de los siglos? Estas son cuestiones que en sentido último se dirigen a temas como la validez de la creencia en la universalidad de la literatura o al origen mismo de la literatura y la poesía centrado en la Palabra de Dios. Sin embargo, el interés máximo lo encuentro en el detalle de cada caso, del que es posible extraer un avasallador conjunto de sentidos y significados.

1 comment:

  1. La literalidad no existe, la verdad tampoco. Pero gracias a ello, es que es posible escapar al tedio de lo aparente.

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